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Simbiosis

Published on Apr 01, 2024 by Patricia Lázaro Tello on Writing

Simbiosis

This short story titled What doesn't lie beyond the mask touches themes such as depression and feeling like you are just a speck of dust in the great void of nothingness.
You put on a mask - several mask, one for each occasion - while on the inside you are dying from this boring, drilling, exhausting reality that is the perfect life everyone strives to have.
In the end, there is a positive note in the form of hope and effort in order to find what truly makes you happy instead of following the path that society lays down in front of you.

Lo que no hay tras la máscara

No soy nadie. Una máscara vacía, hueca por dentro, con una sonrisa siempre esperando, siempre alerta, por si alguien mira y hay que seguir demostrando que estoy bien. “Estoy bien”. Lo repito frente al espejo, hecha un burruño de mantas en la cama antes de dormir, al despertarme, y sobre todo, lo repito más fuerte y más veces cuando algo –cualquier cosa, da igual cuan nimia o tonta sea –sale mal.

“Estoy bien”. Tengo tanto sueño que se me derrama un poco de leche en la encimera. “Estoy bien”. “No pasa nada”. “Estoy bien”. Sólo es un poco de leche, no es el fin del mundo. Coge el trapo, pásalo por la encimera y continúa tu día “Estoy bien”.

Estoy cansada de estar bien. Estoy cansada de que cualquier cosa –tan nimia, tan tonta, tan inconsecuente como un poco de leche en la encimera –me haga decir las palabras malditas, las que cada vez aborrezco más, las que se empiezan a atragantar en mi garganta y salen rotas y las lágrimas las acompañan.

“Estoy bien”. “No pasa nada”. Tengo una vida de lujo, no merezco estar triste, no debo sentir esta frustración, esta impotencia, esta debilidad. Lo he hecho bien hasta ahora: buenas notas en el colegio, en el instituto, una carrera universitaria con honores, dos –no uno, dos –másteres de los que estar orgullosa, más que orgullosa, extática por las notas, el desempeño, las palabras de orgullo de profesores y de mis padres.

Pero no soy nadie. Tengo títulos que demuestran que una persona que curiosamente se llama como yo ha estudiado mucho, ha trabajado en entender, asimilar y poner en práctica los conocimientos de esos papeles –del colegio, del instituto, del grado universitario, de los másteres. Tengo títulos que deberían llenarme de orgullo, pero solo veo papeles vacíos, algo que quemaría si necesitara hacer una hoguera. Más de veinte años de estudio y trabajo duro y honesto –no soy nadie. Hago entrevistas, me pongo nerviosa –naturalmente –aparecen ofertas de trabajo sobre la mesa y… Elijo una. Es lo que hay que hacer, ¿no? Es el siguiente paso en este juego de la vida, trabajar.

Lo intento, de verdad, pero eso que llaman meritocracia, esa palabra que de pequeños no explicaban de una manera clara, que en el instituto era sinónimo de tener tiempo libre mientras los demás seguían haciendo el trabajo asignado, eso… Eso ya no existe. El significado ha cambiado. Terminar antes sólo significa hacer más trabajo que los demás. El sueldo es el mismo. El ascenso va al mismo. Las promociones ya tienen nombre antes de que se sepa siquiera que va a haberlas. El dinero está repartido antes de saber cuánto hay para distribuir.

¿De qué vale todo lo anterior? ¿Qué sentido tiene hacer una carrera que te gusta si vas a terminar en ese pozo, vendiendo lo que te queda de alma a una empresa a la que no le importas? ¿De qué valen los valores y principios cuando el que menos tiene de eso es el que más se beneficia de todo el teatro?

¿Quién soy? No soy nadie. Un engranaje más en una empresa millonaria más haciendo un trabajo que podría hacer un millar de personas más. Quedan treinta años. Quizás más. Y cuando llegue al final del camino, treinta años más tarde, veinte, diez, cinco, un año… No seré nadie.

No soy nadie. Es de noche. Mañana es lunes y toca trabajar. “No pasa nada”. “Todo está bien”. “No pasa nada”. “Todo está bien”. Pero hay que ser un iluso para creer en esas palabras. Pasa algo. No todo está bien. ¿Hace cuánto que se rompió ese algo en mí? ¿Cuántos años volvería atrás, no para cambiar una decisión –vital, qué chorrada – si no para disfrutar de la vida?

Para hacer amigos de verdad, para pasar las tardes de verano en un banco comiendo pipas y hablando de las tonterías más inconsecuentes y tontas, para unirme a un equipo deportivo y probar suerte tocando un instrumento en una banda o en un conservatorio aburrido. Para ganar un partido, para perder un partido, para entrar en el vestuario y reírnos de cualquier tontería que sucediera en el dichoso partido. Para tocar la primavera de Vivaldi con violín y luego maldecir al compositor por hacer una partitura tan difícil y terrible.

Usaría ese tiempo para abrazar de verdad a mi hermana, para decirles a mis padres lo mucho que les quiero, para pasar más tiempo con mis abuelas, para demostrarles todo mi amor.

Pero el pasado es el pasado. No se puede volver atrás. Sólo queda asegurarme de que lo que me queda de familia sepa que la quiero, soñar con nostalgia con una actuación espectacular de la primavera de Vivaldi y la camaradería de un vestuario en el que no necesite esa sonrisa falsa –esa dichosa sonrisa, esa máscara vacía y sin vida que soy, –sino sorprenderme porque salga natural, sin pensarlo.

Porque el pasado no es sólo el pasado. No se trata de hacer lo que no pude hacer antes porque no tenía tiempo, porque mis padres tenían otras prioridades en mente, porque no me atreví a expresar esos deseos en voz alta. No es sólo eso. Se trata del tiempo que no recuperas, de la motivación que ya no está, del fuego de la infancia y juventud que se apagó y ya no son más que cenizas muertas.

Se trata de todo eso que perdí al pasar los años, al no hacer nada, al perfeccionar mi máscara y mi sonrisa y el “Estoy bien” y “No pasa nada”. Se trata, a fin de cuentas, del esfuerzo –lo reconozca o no –que hice durante todos esos años para vaciarme por dentro, para matar las esperanzas, los sueños, las motivaciones y las ilusiones. Una por una, todas las veces o en tandas, da igual; sin darme cuenta realmente, como algo inconsciente, o quizás como una decisión que tomé porque el resto ya estaba muerto y no merecía la pena.

No soy nadie. No guardo esperanzas de que eso cambie. Seguiré sin ser nadie, una careta alegre y palabras frívolas para que nadie se preocupe. Y seguiré diciendo las palabras que detesto delante del espejo, antes de dormir, o cuando cualquier frivolidad no salga según lo esperado.

“Estoy bien”. “No pasa nada” ¿Tú también repites estas frases?, ¿tú también estás muerto por dentro?, ¿tú también andas buscando una lápida en el cementerio en el que poner la fecha en la que todo terminó para ti? O quizás todavía guardas esperanzas de que todo cambie, de volver al ayer donde todavía no estabas roto. Guarda esas esperanzas, soñador, porque las cosas no van a ser como antes, pero con tiempo, esfuerzo y mucha, mucha esperanza, encontrarás la felicidad que buscas –la que todas las personas buscamos. Puede que no sea como imaginas, pero será felicidad igualmente.